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| Mañanas tempranas de otoño, con cierta bruma |
También, desde hace unas semanas, se me viene a la mente aquellos días de mi infancia, cuando estaba solo porque Naim y sus hermanas vivían con vuestra madre, y a Selene y Francisco los veía solo los sábados por la tarde. Y sábados por la mañana, sobre todo, nublados, de otoño, subía a esa casa a medio construir de mi tío y jugaba a Street Fighter o inventaba historias y personajes, hablaba solo y me divertía. Con este clima similar al de aquellos tiempos de mi infancia, siento que vuelvo a esos momentos añorados por mí. Al contrario, no siento que la haya pasado mal, sino que era lindo despertarme temprano algunos sábados sabiendo que no tenía escuela y que podía subir y observar a nadie en la calle, y hasta escuchar el barrio tranquilo, con esa bruma y niebla característica de los días de otoño. Fui a mi antigua casa la semana pasada a verla a mi mamá, que va a venir una vez por mes a cobrar alquileres que pertenecen a la casa de abuela paterna. No extraño en absoluto el barrio, estoy un rato y ya me quiero volver porque acá también hay paz, esa paz de adulto que necesito para estar bien. Estas situaciones de atesorar el pasado resultan cuando estoy solo como, por ejemplo, ahora, y no suceden cuando estoy con mi novio ni con cualquier otra persona. La magia que siento al estar solo es increíble, para mí constituye un arte y una fuente de inspiración para todo, para cargar energías y continuar, para alimentarme de la realidad y fortalecer mis sentimientos diferentes a los de cualquier humano.
