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viernes, enero 04, 2019

#211 - Alto en Mi Vida [Parte I]

Empezamos el año de una forma distinta, rara y muy pum para arriba. Por un momento, sentí que había vuelto a tener 15 años. En serio. Si bien, desde hace años me vengo sintiendo joven que hasta nadie me da la edad que tengo sino que me descuentan varios años, y eso me gusta sobre todo por la profesión que llevo. Siempre me califiqué como un chico que se lleva el mundo por delante, me la sé todas por más que me miren y me vean como un chico tranquilo. Más allá de los tips del ambiente gay, supe ganarme mi puesto en lo laboral, familiar y social porque soy astuto y con una energía que nadie puede detenerme. Cuando era adolescente, soñaba muchas situaciones relacionadas con amigos gays, el más lindito y yo atraído por él, que él se hiciera rogar pero que me quisiera a tal punto de no querer dejarme solo. 


No sé si será una fantasía que todos los gays tenemos. Quería que me pasara la situación de la banda de música paki y yo el que los acompañaba y me enamoraba del guitarrista o el vocalista, y me la hacían difícil, aunque me llamaran a estar con ellos de compañía en la noche. Sin embargo, esta etapa sexual estuvo drásticamente marcada por un nuevo rumbo, una nueva casa y una nueva vida social lejos de lo que yo estaba acostumbrado a vivenciar. Una situación así viví cuando conocí a una chica que iba al mismo colegio que yo y que vivía cerca de mi casa. Frecuenté su casa varias veces y paseé con ella por Capital, la Bond Street, hasta que una vez me dijo de ir a ver el ensayo de un grupo de rock/metal. Me contó que estaba enamorada de uno, pero que no daba bola a nadie o se hacía el duro. Con ella no salí más desde que festejamos los 15 años de otra amiga de ella y también amiga mía en el 2011 en donde quiso chaparme en la terraza después de haber tomado mucho alcohol. Lógicamente, yo ya era gay y no sabía si decírselo era buena idea sobre todo cuando a nadie se lo había dicho, excepto a Rebecca. A esa chica la crucé varias veces el año pasado en una parada de colectivo cercana a la calle de su casa. Pero fuimos perfectos extraños.

Y hablando de Rebecca, desde hace dos meses establecí otra vez ese lazo que me unía a ella. Estos últimos dos años estuvimos re separados, sobre todo desde que yo me mudé y después ella. Me alegro muchísimo porque ambos salimos del barrio que cada vez más nos consumía, y no es por menospreciarlo por más que este subestimado, pero nosotros ya cumplimos un ciclo ahí. Mejor dicho, hace años. Empezamos a entrenar juntos. Desde que a mí me dicen que estoy más grandote me agarra el complejo de la obesidad y quiero tener la panza soñada de una vez. Por eso, quiero aprovechar mis vacaciones. Las fiestas nos detuvieron unos días, pero retomamos. De hecho, el miércoles quisimos ir a entrenar, sin embargo, la lluvía parecía venirse. Le dije a Rebecca que iba a aprovechar antes de que oscureciera para andar en bici yo solo. A la placita que voy, había mucha gente y decidí ir a la plaza más grande, pero que me queda más lejos. Aunque esa plaza la amo desde el primer día que la conocí allá por 2012 cuando me tocó trabajar por casualidad cerca de ahí. Me transmite paz y, como dije en capítulos anteriores, siempre deseé haber crecido en esa zona de Lomas. No obstante, ese día pensaba descansar de tanto andar en bici y bajar a correr alrededor de la plaza. Pero en Grindr, encontré a dos perfiles que tenían como nick "ahora tres". Me sorprendió porque ¿quién quisiera sumar a otra persona en un trio ya formado? Hablé porque estaba de pasada y tenía la posibilidad de concretar algo.

Uno de ellos era parecido a un chico de animé, con el pelo como yo tenía hace 2 años. Al otro no lo distinguía bien por su foto, pero igual me invitó. Me pasó la dirección y me animé a irme con mucho miedo de pensar qué podía llegarme a pasar. Si era verdad o era una mentira. Las demás fotos me daban el indicio de que todo iba a ir bien, pero la misma pregunta giraba en mi cabeza. En fin, dejé la bici atada a un poste de luz y adentré en la aventura. No encontraba la casa, pero me esperaron afuera y estaban los dos chicos. No había tercero, parecía que iba a venir aunque ellos decidieron que no. Ellos eran Miqueas, un chico a punto de cumplir 18, algo chistoso, pasivo y muy nene. Me hubiese gustado ser como él a mis 18 años, aunque repitió varias veces en esos minutos que quería quemar etapas. El otro, Dylan de 20 años, flaquito, algo rubio y muy serio, activo y con linda sonrisa. Ya su perfil me daba a chico imposible, no porque lo fuese, sino porque guarda mucha frialdad en su interior. Quizás es muy consciente que todos quieren con él y sus gustos no siempre sean correspondidos con los del otro. Me hace acordar a mí. Charlamos un buen rato, ambos no podían soltar el celular, pero hablamos de datos básicos. Ellos no se conocían hace mucho, sin embargo la amistad que tenían más allá del sexo parecía como la que yo había descripto anteriormente: Dylan, el chico duro; y Miqueas, el que anda atrás de él y quien lo lleva por los caminos más raros que puedan pasar dos chicos de esas edades. El trasfondo del paradero de ellos era el siguiente: venían a Lomas, a la casa de ese señor porque les daba flores (marihuana) a cambio de sexo. Al parecer, Miqueas es un chico cuyos padres están ausentes, y a Dylan se le nota que siempre fue el rebelde. Desde que trabajo con niños hace dos años, puedo visualizar lo que hay detrás de ellos, sus familias.

En un momento, cuando toda esa situación parecía confusa para mí, entramos a una de las habitaciones de esa casa semi abandonada para "charlar mejor". El tema es que no podía ver la señal de ataque. Miqueas era el único que me hablaba y Dylan estaba en otra, con su celular. Él seguía en Grindr y me hacía acordar a Tobías cuando se la pasaba en Instagram y no me daba bola. O tal vez se hacía el desinteresado, típico del lindo. Intentaron armar un faso y fumarlo, quedamos a oscuras, pero parece que se iba a complicar. El hombre dealer/abusador/madamo o como quieran llamarlo, les hablaba por Grindr y les preguntó si nosotros tres ya habíamos terminado porque él tenía que irse. Él quería que ellos terminaran de pagarle con sexo así se podían llevar las flores de marihuana, pero ni Miqueas ni Dylan querían ir a hacerle el favor al señor madamo, se tiraban la pelota entre ellos. Por ende, nos íbamos a ir y ellos tenían que dejar la mercancía. Yo abrí mi bocota, no me pude contener y les conté que vivía solo y que, si querían, podíamos ir a mi departamente donde tenía cervezas para tomar y ellos poder fumar. Nunca creí que ese sería el comienzo de algo sensacional que podía llegar a vivir, sobre todo en este comienzo de 2019.

F.A.M.